Nos sentíamos unos críos. Qué era eso de echar tanto de menos a alguien a nuestra edad, qué hacíamos a tantos kilómetros, cuando nuestro lugar siempre era cerca del otro. Pero no podía evitarlo, te llevaste tantas cosas contigo, aunque ambos supiéramos que en poco tiempo volviéramos a estar juntos, fue como dejar marchar una parte de mí, pero volviste. Y contigo volvieron las sonrisas, el darle las gracias al despertador, la prisa por llegar a donde me esperes, las miradas cómplices y las caricias intransferibles.
Imaginé cómo sería mi vida si no hubieras vuelto y entonces, sin ti, volví a sentir miedo como solía hacer. Pero volviste y me calmaste. Enraizaste tu felicidad en la mía e hiciste que diera un paso más hacia la locura total, tal vez el verdadero objetivo.
Volviste a cogerme de la mano y a enseñarme el camino, volviste para darte cuenta de que querías volver. Volviste como vuelven los vuelvepiedras en verano, como vuelve el tiempo que se nos escapa al besarnos.
¿Y ahora? A arder mientras nos queremos, a reducirnos a cenizas frente a la atenta mirada del reloj que nos apremia, a arder juntos como nunca antes hicimos, que tu mano coja la mía y derribe aquellos muros que creía insalvables hasta que me prestaste tus alas. Que el cielo se abra para vernos amanecer en un abrazo sempiterno como su mirada y las estrellas formen el manto que cubra nuestra desnudez en la noche, cuando nuestras sonrisas se cosan en nuestras caras por palpar lo que creíamos extinto, por llenar de poesía la nada.
Volviste como vuelven las hadas, a llenar de poesía la nada, a llenar de sonrisas el vacío aparente que creamos, a derramar risa de mis labios, a querer sin horarios, a curarme del frío que dejas al marchar. Volviste para devolverle la tinta a mi pluma y la felicidad a mi canción de cuna.
Por: Jimmy García Ferrer (España)
twitter.com/jimmytrv
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