Aún ahora tengo momentos en los que no puedo evitar mirar atrás, bien atrás, cuando aún era un crío en pleno aprendizaje. Todo lo que necesitaba era salir a la calle y sobrevivir un día más, no me importaba el amor, ni el dinero, ni el futuro, sólo quería ser alguien en ese mismo instante que veía escaparse.
Las mismas calles, el mismo barrio, cada día las mismas escenas, pero cada vez más deformadas, más grotescas, más cerca del abismo insalvable que todos simulábamos no ver. Y al final muchos lo vimos, pero no todos estuvieron tan alerta, no todos conseguimos salvarlo. Cayeron, como cae un pájaro alcanzado por un perdigón, impotente al ver sus alas y ser incapaz de volar. Cayeron sin ser conscientes de que nunca volverían, de que habían perdido su pasado, su futuro y su presente. Inútil fue tender una mano, era demasiado tarde, aquel abismo que los absorbió no les permitía ver que se habían condenado, que habían cerrado la única salida que teníamos en aquel barrio. Y jamás quisieron saber sobre la llave.
Siempre quise saber que nos diferenciaba a los que conseguimos no caer de los que no pudieron evitarlo; yo me sentía tan en sintonía con el segundo grupo que jamás entendí qué les hizo caer, porque no pudieron quedarse conmigo, qué tendría que haber hecho para caer con ellos o para salvarlos. Supongo que es algo que nunca sabré. Fue imposible creer aquello que me decían: “No tienen luces, ellos mismos se han sentenciado porque quisieron, han tenido muchos problemas y no han sabido superarlos”. Vaya maldita basura de explicación. Ellos eran listos, decididos y fuertes, no podía ser tan sencillo como eso. Sigo buscando ese matiz, esa razón que se me escapa, qué era lo que nos diferenció, qué podía ser esa chispa que provocó el incendio.
Lo que más me dolió siempre fue esa dejadez, ese distanciamiento de la realidad que les hacía pensar que no había nada mal, esa decisión de dejar las cosas como estaban sin intentar si quiera luchar. Si no hubierais sido tan gilipollas ahora podríamos estar bebiendo juntos, riendo, sobreviviendo un día más. Pero decidisteis caer y olvidar el mundo que os esperaba. Pero os entiendo, yo también detesto este mundo.
Aún ahora me asalta esa dulce incertidumbre: ¿Dónde estaría yo si también hubiera caído?
Por: Jimmy García Ferrer (España)
twitter.com/jimmytrv
Únete a nuestras redes:

Deja una respuesta