“Sabe Dios que en el portal de mi atención no hay timbre”, escuché una vez de un genio de nombre Jose. Jamás me había sentido más identificado con una frase. Hasta que llegaste y picaste, vaya si picaste. Picaste hasta dejarme sordo, hasta que te miré y me sonreíste y ahí, justo ahí, comenzó todo. Fue la casualidad que contribuyó a nuestra serie de causalidades. Algo que nació sin ser concebido, como todo lo que escribí.
Hace mucho que no te escribo, lo sé. No es porque no estés mezclada con mi tinta, como siempre has estado. No. Es otra cosa. Últimamente te tengo en cada vello que se eriza, te siento en cada bombeo de mis arterias, te siento tan cerca, que no necesito mirar a dentro, donde están todas las poesías que te escribí y dónde siempre estuvimos tú y yo. Pero hoy quiero mirar dentro, hoy quiero escribirte como siempre hice, con pasión, con locura, con la fe de provocarte otra sonrisa y de limar mi añoranza.
Es indescriptible lo que se genera a tu alrededor cuando te giras para sonreírme y me baño en tu perfume como en la mejor de las playas. Son de otro mundo esos labios, que moldean mi cuerpo, que le dan vida a lo que estaba muerto. Es incalculable la vida que desprendes, como si todo el universo hubiera dejado parte de su infinito secreto en ti. Es totalmente indescifrable tu violento halo de perfección, seguro de serlo, pero sin pecar de presuntuoso. Es hasta ofensiva la facilidad con la que logras hacerme feliz, pese a la dificultad de tal empresa. Lo mires como lo mires, eres poesía. El manantial más puro que jamás probaron mis ojos. Te conviertes en sueños de tinta entre mis folios y en textos hechos carne entre mis labios.
Antes no sabía verdaderamente que era aquello que la gente llamaba felicidad. Lo intuía como una paz aparente o un oasis en el desierto. Ahora en cambio me acerco a la felicidad más pura gracias a ti. Me has hecho ver que la felicidad está en las pequeñas cosas, está en esas pequeñas escapadas de tu mano, esos recuerdos inolvidables que trazamos. Esa calidez en el pecho, no cuando me susurras que me quieres, si no cuando lo acompañas de esa mirada que dice todo lo que callas y me parte en dos.
Siempre me pregunto dónde va el tiempo que pierdo estando lejos de ti, si de alguna forma el cosmos me lo devolverá o me confirmará que ese tiempo es perdido y no lo recuperaré jamás. Dónde queda la vida cuando te vas y te la llevas en esos ojos esculpidos en frágil invencibilidad. Esta vez no es momento de despedida, es momento de amar. Así que ven, ven y quédate conmigo esta noche, que me aterra la idea de no tenerte cerca y sin ti todo es oscuridad. Ven una vez más, para quedarte.
Por: Jimmy García Ferrer (España)
twitter.com/jimmytrv
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