Son muchos los escritos que nos llegan a diario, desde diferentes puntos del globo y no siempre observamos en ellos una uniformidad lingüística, una estandarización -si así quieren llamarlo- del lenguaje. Llegados a este punto, queda claro que esta estandarización es del todo subjetiva para el escritor.
¿Hasta qué punto podemos negar a un escritor potencial que mida su léxico y gramática a la hora de crear con el fin de esa uniformidad? Tal vez nuestro egoísmo nos hace exigir que una persona cuyo entorno cultural y lingüístico es completamente ajeno al nuestro escriba de la misma forma que lo haríamos nosotros, por el mero hecho de comprender cada estructura sin esforzarse. ¿Pero qué hay de la riqueza de esos choques de culturas? Sería absurdo obcecarse en una prolija queja hacia Vargas Llosa por su uso de americanismos, como también lo sería excluir los catalanismos magistralmente empleados por Juan Marsé en su obra o mutilar los galleguismos en la poesía de Rosalía de Castro. Si bien es cierto que gente ajena a este tipo de interferencias lingüísticas puede no comprender la totalidad de su obra, esto da también la oportunidad de ampliar nuestro registro, de conocer el uso de la lengua de otras comunidades y adoptarlo o, como mínimo, comprenderlo y aceptarlo.
No es la interferencia lingüística el único “problema” para la estandarización que se persigue. También hemos observado a lo largo de la historia de la literatura de habla hispana, un buen número de autores que jugaron con el lenguaje, deformándolo y creando nuevas formas. Es sabido el arte que presentaba Camilo José Cela a la hora de inventar términos, así como Quevedo, que utilizaba éste método para enriquecer su famoso conceptismo en su guerra contra Góngora, creando palabras como cultiparlar, para burlarse del habla culterana de su enemigo. Un ejemplo aún más famoso es el hápax baciyelmo creado por Cervantes en su archifamosa obra Don Quijote de la Mancha. ¿Hemos, pues, desacreditar a tales genios de nuestra literatura por osar atentar contra la estandarización que tanto ansiamos? El miedo a la diversidad se extiende lamentablemente hasta la literatura, impidiendo la riqueza que ésta aporta, dotando así a nuestra lengua de una variedad vastísima de posibilidades, favoreciendo el continuo aprendizaje de la misma.
Cada vez que lean una obra hispana, párense a pensar si le restarían algo de su riqueza para hacerla más accesible, o si bien prefieren aprender a comprender toda la riqueza que encierran sus líneas.
Por: Jimmy García Ferrer (España)
twitter.com/jimmytrv
Únete a nuestras redes:

Deja una respuesta