El cenicero está vacío en el medio de la mesa ratona. Papá dejó de fumar hace años. Mamá siempre se quejaba del olor a toscano. Ahora la alfombra está divina, bien tersa y con olorcito a lana. Da gusto tirarse y revolcarse. Uno de los gustos que me doy en casa.
Todavía no llegan papá y mamá. A veces se demoran, cuando hay tráfico para volver del Centro. O cuando tienen que pasar a hacer algún mandado por Dieciocho.
Hoy cumplo veinte. Tal vez fueron a comprar algún regalo, o alguna otra cosa.
No festejamos mucho. Yo nunca fui muy de las fiestas.
Pero ahora estoy empezando a pensar en otras cosas. Conseguirme un trabajo, a ver si hago experiencia y empiezo a tener mi plata.
La plata. Esa cosa por la que tanta gente discute. Que hace tanta falta para vivir y darse gustos. Pero que algunos amontonan sin saber para qué.
Por suerte, papá y mamá no son así. A veces discuten, pero saben que la quieren por las dudas, para cuando estén viejos. Porque nunca se sabe si les va a alcanzar la jubilación.
Yo no quiero pensar en esa plata. Bah, no quiero pensar mucho, que es distinto.
Estoy en segundo de facultad. Me cuestan algunas materias, pero las voy llevando. Ya no tengo miedo de dar examen. Estudio, voy, los doy. Los salvo.
Me iba mejor en el liceo, ahí siempre sacaba sobresaliente. Pero acá es complicado. Un lugar enorme en el que sos apenas un número. No te dan ganas de hablar ni de preguntar nada. A veces, es en un cine. No hay lugar en los salones de clase.
En facultad no me hice amigos. Los del liceo los veo poco. No me llaman mucho.
El que sí me llama, increíble, es Paquito, aquel chiquilín tan simpático del colegio adonde había ido de chico. A veces me insiste que vaya con él a un baile. Yo no quiero. Nunca fui de bailes. No se me da por eso.
Próxima semana: mi pasado poco agraciado.
Deja un comentario