Y las manos cerraron tus ojos,
extrañas manos de caricia ajena,
que sellaron las ventanas de la vida,
viniendo el rumor de las tinieblas.
La oscuridad dominante entre sombras
de tétrico paisaje, de aullidos y fieras,
de temblores de negro y sangre
y corazones atravesados por flechas.
Falsa creencia de amor verdadero,
entre cruces heridas y papel de seda,
quemando incienso y tierra
en el calor de la hoguera.
Y baja una legión de ángeles de fuego,
para avivar el odio de la madera,
crepitando al son del llanto amargo,
de una madre por su hijo ¿quién le queda?
Son juegos y desdenes de una calle,
traspasada por lanzas y esquelas,
por flores de luto y el repicar de campanas,
tocando a muerto la ronca corneta.
Sucumbe en la batalla sin honor,
sin gloria por la bala certera,
que al corazón partió en dos,
dos mitades llenas de pena.
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