No sé si hice bien en cambiarme de colegio. Estaba incómodo en el británico, les insistí tanto a papá y mamá que quería cambiarme al de los vascos, que al final les gané por cansancio. Pensé que iba a estar mejor, que iban a ser más buenos conmigo. Pero no cambió nada. Los chiquilines seguían siendo los mismos brujos bestias que en todos lados. Me patoteaban, me bobeaban, me trataban de cualquier cosa. Muy mal. Nadie escuchaba mis quejas calladas.
Yo siempre volvía desganado a casa. Dejaba las cosas, cruzaba la calle, me iba un rato a lo de Ema, les tocaba timbre. Ahí, Noelia me servía un tecito y charlaba conmigo, me consentía un rato. Después venía Ema, ponía orden, yo me sentaba derecho, le decía que sí a lo que ella me decía, todo terminaba tranquilo. Les daba un beso a las dos, y me volvía a casa, a quedarme estudiando hasta muy tarde.
Pobres tías, se murieron las dos el año pasado. Qué tristes que terminaron. Cómo les hubiera hecho bien tener hijos.
En casa, cómo me hubiera gustado tener hermanos y hermanas. Es una casa chica, muy tranquila. Demasiado. A veces me aburro. Pero es lo que tenemos.
Los domingos, papá y mamá siempre van a misa. Yo no los acompaño, me aburre escuchar hablar a ese cura pesado. Estaba mejor el que había antes, no sé por qué lo sacaron. Ya ni ganas dan de escuchar.
En un rato prendo la tele. Pero ahora estoy tirado en la alfombra, mirando el techo. Me doy vuelta boca abajo, me revuelco. Me gusta. Me encanta.
Los libros de la biblioteca están llenos de polvo. Antes los leía con más ganas. Ahora me parecen todos iguales. Todos amarillos. Todos viejos.
No me tengo que olvidar de conseguir un libro para facultad. En realidad, varios. Pero me aburre, me da pereza leer tanto, si no sé si me van a servir de verdad. Papá y mamá se tragaron todo, no usan ni la mitad de lo que aprendieron. Y es la misma facultad. La que me metí por descarte.
Porque mamá no cree en los sicólogos. Por eso ni me hice el test que decían.
De chico me hacían tests a veces. Decían que era inteligente y eso. Me pedían que dibujara. Yo hacía cosas y las miraban mucho.
La abuela Poupée, que vivía con nosotros, decía que me hacía mal hacer todos esos dibujitos. Me lo prohibieron. Nunca supe decir nada. No protestaba nada.
Próxima semana: un velorio y después.
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