Lo admito y lo confirmo, sí.
Tengo más problemas que ropa en los cajones y abajo, entre las venas y el fracaso hay un montón de heridas que miran de reojo y duelen al tocarlas. Lloro, lloro mucho y muy alto, al recordar que puse el corazón en más batallas de las que pude soportar.
Soy así, mejor dicho, así me han hecho: las entrañas en la olla, el espíritu fuera del bolsillo y el alma alocada, dolorosamente viva, porque jamás bajé el telón ante la tragedia y porque si voy a envejecer (y sé que así será) quiero llevarme mucho más que un frasco de lágrimas.
Me gusta hacer promesas, cruzar los dedos y la vida entera por aquellos que hicieron de sí mismos un hogar para mi cariño.
Y finalmente, rio, rio porque sí y ya que estamos ¿por qué no? Porque a veces vale la pena que duela, que cueste y rio, porque encuentro siempre frente a mí un par de dientes blancos devolviéndome la misma luz.
Rio porque sos vos, y es mágico. Sos vos, y ese es el único milagro.
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