II
Debí pintarte en mi recuerdo
como ola azul de crestas blancas,
así, como surgiste en mí,
como eras en mi pensamiento aquel instante.
Tu nombre late aún, despacio,
Imperceptible casi, porque fue volcán
que ruge, que dilata las piedras
con su sangre diluida.
Se apaga, poco a poco —y no lo sabes—
Porque el polvo cubre el rincón donde descansa,
y morirá, seguramente, un día
de indigencia y sed, de puro olvido.
III
No vengas ya, ya no te espero,
se ha callado el mirlo en lo alto de las ramas,
y han dejado los hombres de soñar nuestro futuro,
los versos se han deshecho en sus papeles
y la tinta azul se ha vuelto roja sangre.
Yo me he sentado al borde de la vida
y alguien dibuja palabras que me hieren,
siento el dolor del seco golpe
de un nombre en la conciencia.
No voy ya, ya no me esperes,
no estoy curado aún, aunque esté vivo
y oigo tu voz mintiéndome el amor que no has sentido.
No voy, ya no me esperes.
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