El consejo

Los pesados cortinajes de terciopelo estaban echados. En el interior, las llamas de las velas bailaban con una especie de pálpito, arrojando sobre las paredes sombras que danzaban un baile macabro. En el interior de la chimenea, llamaradas azules y amarillas caldeaban la estancia. El rey, vencido sobre la amplitud del tablero de la mesa, esperaba la llegada de su consejero. Su rostro denotaba cansancio, abatimiento, depresión y desánimo.

Rodrigo avanzó por un corredor iluminado con antorchas adosadas a los muros de piedra. Podía escuchar  la reverberación de sus pasos, su respiración, y hasta los latidos de su corazón si se lo hubiera propuesto. Era un hombre entrado en años, de pelo y barba canas, pero de ojos chispeantes que delataban una mente clara y despierta. Cuando llegó a la puerta de la cámara, los dos soldados que la custodiaban le franquearon la entrada y él golpeó fuerte con la palma de la mano. De dentro se escuchó una voz impaciente que le solicitaba la entrada.

—¿Alteza? —dijo, una vez dentro del cuarto.

—Rodrigo, vos sois mi más fiel y antiguo consejero, por eso necesito de vuestro consejo.

—¿De qué se trata esta vez, Alteza?

—Como seguro vos sabéis, existe un gran descontento, no sólo hacia mí, sino hacia mi forma de gobierno. Hay frecuentes revueltas, gritos en mi contra, altercados, acoso a mis nobles. Ya no sé cómo frenar esta situación. Necesito de vuestra ayuda.

—Es sencillo, Alteza, dad al pueblo lo que el pueblo necesita.

—¿Estáis loco, queréis que ceda mis privilegios y los de mis nobles para contentar a mis vasallos? El vasallaje tiene que acatar los mandatos del reino. Lo que quiero es detener las revueltas. Detener a los responsables y no permitir que resurjan.

—Existe un grupo de bandidos que podría ayudarnos…

—¿Un grupo de bandidos va a ayudarnos? Explicaos.

—Alteza, aunque no conocemos exactamente quiénes son, al menos no a todos ellos, sí conocemos cómo actúan. Los tenemos controlados y vigilados…

—¿Y cómo van a ayudarnos? —interrumpió el rey.

—Antes de nada, he de haceros saber que son desalmados y sanguinarios. Habrá muertes.

—Muertes de… ¿gente… gente?

—En efecto, muertes de gente común, si os referís a eso, Señor.

—¿Y podemos consentirlo?

—Alteza, no podemos, sino que debemos…

—No logro entenderlo, Rodrigo —el rey se pasó las manos por el rostro, fruto de la desesperación.

—Se trata de que, en un momento dado, concreto, un día cualquiera, permitirles  que actúen, mirar hacia otro lado. Su acción provocará terror y muerte. El pueblo lo recibirá con estupor. Su miedo os permitirá dictar normas que nos permitirán controlar su correspondencia, vigilar sus haciendas, detenerlos sin precisar de la intermediación de magistrados. Y nadie preguntará, nadie se indignará, nadie se opondrá porque todos habrán comprendido que todo se hace por su seguridad. Eso nos permitirá detener a los cabecillas y acabar con vuestro suplicio.

El rey lo miró con un destello de luz en sus antes apagadas pupilas.

7 respuestas a “El consejo”

  1. Reblogueó esto en rompamoslosgrilletesy comentado:

    El Consejo. Mi último texto en Letras y Poesía.

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  2. Me suena de algo……..
    Un abrazo !

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  3. El pasado se funde con el presente… ¡Buena historia Víctor!

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    1. Gracias

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    1. No lo sé. Podría ser…

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