Era un silbido que venía de lejos, de los escondidos rincones de dentro. Era una fiebre encaramándose al pecho y la cabeza. Todo con grandes espasmos, con ahogo, las manos deshechas sobre el rostro.
Un ir y venir pesado de carros, de figuras y sombras, de viejos enjutos y corvados, un lamento grave y difuso, rodaba en la altura, apoyada en el blanco…
El cuerpo sudoroso se hundía buscando el fondo de la tierra, queriendo sumergirse a no sé dónde, y encontraba el obstáculo del campo sembrado de blanco, mullido y limpio.
Alguien hizo girar el mundo que veía, primero despacio, después más aprisa, y todo volaba en torno a mi lado.
Un trozo de frío se apoyó en mi frente, una dulce caricia resbaló en mi rostro, y el loco girar se fue amortiguando.
Todo quedó quieto. Rozaron los labios la frente mojada, y el cielo se iluminó con una sonrisa.
Deja un comentario