Hace tiempo que el olvido se comió esa parte de mí donde reinabas en alborotado silencio, ordenándolo todo de esa manera tan tuya y tan poco mía.
Nos deshicimos la vida de golpe, tirándonos sin mirar si había cama sobre la que aterrizar cada noche, para luego tirárnosla a la cara sin ni siquiera llegar a parpadear… Demasiado deprisa, demasiado intenso, demasiado auténtico para vivirlo y saborearlo todo a la vez.
Siempre seremos como esa canción de Sabina: de los buenos noventa, seca, con letras muy fuertes para según qué oídos, pero también imposible de olvidar incluso queriendo. Hace demasiado que nos escuchamos en bucle las excusas, como un vinilo demasiado rayado que no pasa del cuarto corte, que te mata con sus chirrídos, pero que aun así no eres capaz de tirar porque qué bien suenan las tres anteriores, joder.
Nunca dejaremos de ser como ese poemario de bolsillo, tan manoseado, agrietado y lleno de marcas que solo tú entiendes y sin el que no puedes pasar de una estación de metro a otra. Y aunque lo arrastras contigo por el fondo de cada uno de tus bolsos, sigue ahí, fiel tras cada golpe inesperado.
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