Fue como un contrato sin firma, sin cláusulas ni letras pequeñas; la expresión no verbal de una compañía exenta de reproches y falsas verdades. En un instante se convirtió en un susurro en el oído, y mientras todo el mundo dormía, pretendió ser el único ruido capaz de mecer mis sueños. Y lo era.
Al salir de casa mis imperfecciones hacían juego con su traje y su sonrisa, y al regresar, ella se despojaba de su ropa y yo de mis dudas. No existía el tiempo, y si lo hubo, no nos dimos cuenta. La clandestinidad de sus caricias hicieron de la vida un mapa inesperado; trazaba sin esfuerzo el camino al paraíso.
Por primera vez alguien tambaleaba mis esquemas, rompiendo la cordura que ataba mi libertad de sentir. Desde entonces los prejuicios quebraron sus alianzas, mientras la rutina fue perdiendo su ritmo.
Con el tiempo entendí que la locura también se receta, o al menos eso descubrí cuando mi destino fue prescrito al suyo.
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