El aprendiz estaba perdido entre sus ideas y preguntas. Lo conocía de pies a cabeza. Una imaginación sin límites, ese era su gran reto.
-Maestro, tengo una pregunta que me da vueltas y vueltas la cabeza-. Con toda la paciencia y cariño del momento, dejó de admirar el cuadro renacentista para atender al joven.
– ¿Qué sería de la obra de un autor reconocido, si se descubriera que no es suya? Que un desconocido para el mundo, fuera el verdadero artífice-.
En el museo de arte, los pasos y murmullos inundaban la sala. La pregunta vagaba por el aire, hasta llegar a sus oídos.
–Por ejemplo, usted admira el trabajo de Miguel Angel, imaginemos que se le descubre una nueva obra, de naturaleza hermosa y usted estuviera encantado por ella. Pero descubre que ha sido engañado y el autor es otra persona-.
El maestro sintió el suelo temblar. Era una pregunta con fondo, su pupilo estaba logrando pensar en abstracto, mostraba ansías de conocer el mundo.
-Buena pregunta hijo-. Hizo una pausa, para reconocerle al joven su osadía. –Si esto sucediera, la obra debe ser el centro de nuestro juicio. Recuerda que el autor busca con su trabajo, plasmar la belleza de su realidad en un tiempo determinado de su historia. Por ello, entre mayor trascendencia tenga el mensaje que desea transmitir, más luz reflejara su obra-.
El joven volvió a adentrarse en su pensar. No estaba convencido de la respuesta. Le faltaba leer filosofía y teología para entender.
-Pero, ¿dónde queda el reconocimiento del autor? -. La inmortalidad era un tema para este muchacho.
-Eso no debe ser lo importante en el arte-. Respondió el maestro. Ansioso por escuchar las siguientes palabras de su alumno.
-Es injusto-.
-Recuerda que la perfección en el arte, va unida a la virtud del artista-. Ante la respuesta, se llevó los dedos a la barbilla. Postura que tomaba para analizar con seriedad sus ideas. Había verdad en lo que escuchaba.
-Entonces, yo puedo ser el hombre más generoso del mundo, pero sí se lo llegase a decir a alguien, dejaría de ser virtud y caería en un acto egoísta-.
El aprendiz le hacía honor a su nombre. Con una sonrisa en el rostro, el viejo lo tomó del hombro y le dijo pausadamente:
-El artista que vive su arte, debe mantenerse oculto… ¿es por esa razón que no podemos ver a Dios?
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