Más de treinta y menos de cien

[Esta historia no es de amor, pero llegó aquí por su culpa]

 

En las noches que no puedo dormir, y las agujas del reloj pesan como planetas, oigo esos pasos. Más de treinta y menos de cien.

Pero no hablaré de eso ahora. Pues es, digamos, mi privada obsesión. Igual que la vuestra será la taxidermia o la antigeometría. Igual que la de mi padre, hace años, fue la caza.

Al llegar el invierno, y os aseguro que aquí es tan crudo como coser heridas con grueso hilo negro, mamá sacaba todas las alfombras del desván y las repartía por las habitaciones de la casa.

Antes de esparcirlas por los suelos, las colgaba fuera, en una larga soga, retando al viento. Y, allí tendidas, las golpeaba con fuerza, sacudiendo el polvo acumulado en los meses de sol.

Mientras daba aquellos golpes y creyéndose sola, a veces murmuraba y maldecía. Y en el clímax de su catarsis lanzaba algún grito, síntoma de su avanzada enfermedad, esa que ella misma me enseñó a llamar papá.

Todas las habitaciones de la casa tenían su alfombra. Todas las alfombras tenían su agujero.

Pero el invierno del 93, al sacarlas del desván, faltó una. La de la salita.

La salita era el cubículo donde mamá remendaba, sorbía té y polemizaba con las voces que escapaban de la radio.

La salita era el lugar donde papá consultaba la enciclopedia.

—Necesito una alfombra para la salita —anunció mamá aquel bendito día, posando su mano leve y huesuda sobre mi hombro. Yo había esperado tanto ese momento… Hasta dudé, Dios mío, que algún día llegaría.

—La traerás tú —me encomendó. Tenía yo trece años, y el retroceso de una escopeta aún me arrojaba a tierra.

Mi padre estaba presente y escuchó el encargo, severo e implacable, como la vida cuando te atraca en un callejón.

Retiró los ojos de los vanos avatares del diario local. Miró la mano en mi hombro. Miró ceñudo a mamá. Y, al fin, me miró a mí. Asintió con la cabeza, pero solo una vez, por si era un error.

Habría apostado mis riñones a que él —y solo él— escogería aquel momento. Pero no. Fue mamá. Y poco después comprendí por qué. Para mi padre cualquier clase de ceremonia y tragar espinas de merluza venían a ser lo mismo.

Aún así, fue conmigo mi primera vez. Hasta me prestó su escopeta. Y esa primera vez no, pero la siguiente… me presenté ante mamá con aquella enorme alfombra persa enrollada sobre mi hombro. Mi sonrisa brillaba como un diamante. Mi porte era el de un faraón. Quiero recordaros que, de todas las alfombras, las persas son las que vuelan más rápido y más alto. Y yo abatí aquella de un solo disparo.

Mamá, muy contenta, preguntó a papá si se alegraba de que yo hubiera heredado su don para la caza. Y mi padre pronunció un «por supuesto» más falso que la sonrisa de un oso.

Los meses consecutivos demostraron que yo tenía más maña y puntería que él. ¡Que mi padre, el gran cazador!

Llené de alfombras nuestro hogar. Llegaba el verano y no cabían todas en el desván.

Tal vez por cansancio, o por la frustración de ser yo mejor tirador que él, papá dejo de cazar alfombras. Se compró una barquita de remos. Y la llamó Polimnia, como esa musa insufrible y grosera de las cosas sagradas.

Flotaba lejos de la orilla. Bebía cerveza. Fumaba en pipa a escondidas. Y pescaba todos esos zapatos en el lago. Muchos. Su siguiente obsesión.

No os alarméis. Nunca traía los zapatos a casa, creedme. Los volvía a echar al agua. Para que siguieran pisando en el fondo del lago, caminando en lo profundo, dando pasos sin cesar.

Y en las noches que no puedo dormir, y pesan como montañas las agujas del reloj, oigo esos pasos. Más de treinta. Menos de cien.


AGRADECIMIENTO

Muchas gracias a la artista
KOMBOLAS,
que pintó una obra original para ilustrar este relato.

«El adolescente, ya casi a un paso de su madurez, contempla cómo se va al garete la vida de sus padres. Cada uno amargado y tragado por sus obsesiones. Pasos y más pasos que no conducen a ningún lado. Da igual el color o la forma. El desamor ha llegado».

Se puede ver una muestra del trabajo de esta estupenda artista en su cuenta

@anamanhuert

¡Gracias, Ana!

  (103).pngmamenmonsoriu (18)

5 respuestas a “Más de treinta y menos de cien”

  1. Fantasía?…. realidad? … Locura? o.. de todo un poco? Quién sabe!!! Jejejeje ¡¡Me gusta!!!!

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  2. Avatar de José Carlos Mena
    José Carlos Mena

    Me encantó¡¡¡

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    1. Muchas gracias, José Carlos.

      Le gusta a 1 persona

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