La infinita cabellera rubia de Rapunzel cuelga desde la ventana de la torre y alcanza la tierra húmeda del reino, cubierta de hojarasca.
Es una larga y dura ascensión, piensa el príncipe, pero comienza a trepar preso de la emoción, aferrándose al pelo de la princesa cautiva.
No sin dolor y algún que otro chillido, Rapunzel resiste la escalada del príncipe. Y cuando, por fin, él aparece en la ventana, lo recibe con la mejor de sus sonrisas. Sus ojos son bengalas.
Exhausto y sudoroso, el príncipe también sonríe. Al fin juntos.
Sin embargo, el joven siente el latigazo de una repentina curiosidad, y no puede evitar asomarse a la ventana, mirar hacia abajo y contemplar el gran trecho ascendido.
Justo al sacarla por la ventana, pouffff, su cabeza recibe un golpe. Ha sido algo ligero, no le matará. Se trata del extremo de una cabellera oscura, que ahora cuelga muy cerca, a su alcance. Mira hacia arriba y ve que el pelo desciende en forma de trenza, desde otra ventana aún más alta de la torre.
El príncipe dedica una última mirada a Rapunzel y le enseña la palma de su mano, evitando así el apasionado avance de la princesa, que cambia la mejor de sus sonrisas por el mejor de sus rostros de confusión.
Luego él sale por la ventana. Aún está cansado, pero comienza a trepar otra vez por la torre, asiendo con fuerza la trenza de cabello oscuro, a pesar del vértigo, o precisamente por él, que lo empuja más alto, más lejos, preso de una nueva emoción.
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