Y nos quedamos parados,
allí,
en las alturas del castillo
de aquella ciudad amurallada,
mientras un sol llameante
se escondía entre nubes rosadas.
“¿Y ahora, qué?”
Me preguntaste
con tu habitual picardía.
“Ahora, nada”
contesté con mi habitual frialdad.
Y sin más,
apoyaste tu nariz sobre mi pelo,
besaste con dulzura mi cabeza.
Y continuamos,
nuestros
caminos.
Replica a Sandraperez Cancelar la respuesta