Menguante

La Luna nombró al viento como guía para buscar un planeta que acompañar. La Tierra se le hizo bella, y decidió abrazarla, y se abrió cráteres para imitar sus volcanes, y se hizo óvalo para copiar su forma, y la persiguió como un perro detrás de su cola. Pero, cinco de la mañana, cantó un gallo y la Luna se ocultó detrás del cielo, vio a un gigante de amarillo que brillaba. La Tierra le sonreía y florecían sus plantas. A la noche la Luna asomó la cabeza, y le gritaron: «¡Menguante!», y no aguantó a la mañana su humillación, y se escondió, pero ahí estaba, junto a la Tierra, y descubrió al Sol dando luz a otros cuerpos, regalándoles calor. Todos en el espacio le sonreían y bailaban en ronda a su alrededor.

Si la Tierra se diera cuenta de que yo solo estoy para ella, pensó. Pero se hizo nueva, y la Tierra dio un pulso de tristeza, al no ver nada en la tremenda oscuridad en que la había dejado. La Luna solo sentía miedo. He de ser valiente, concluyó al fin, la he encontrado, y soy suya, aunque solo la visite cada noche, y se asomó cuernos por oriente, tímida, pero era buen momento para empezar de nuevo, enamorar a la Tierra, sin saber que esta ya la amaba. Y se hizo llena, y la iluminó y oyó gritos de júbilo de los campesinos y la Tierra notó que su corazón era blanco, puro. No dudaré de nuevo, dijo, pero vino el fornido gualdo, y temió ante su gran tamaño, y no dejó asomada más que la cabeza. Él volteó, y en una risilla bribona, casi susurrante, la llamó «menguante».

Joselyn Revelo

4 respuestas a “Menguante”

    1. ¡Muchas gracias!

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