Deslizaste
por el hueco de la apertura
de mi larga falda,
tus ágiles dedos.
Y empezaste a escribir,
en la piel
de mi muslo,
las palabras más bellas
jamás escritas,
sobre mi epidermis,
erizando cada diminuto vello.
Y sólo pude mirarte,
acariciar tu cara,
de niño travieso
y seguir escuchando,
aquellas,
incongruentes
notas
de
Jazz.
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