Huerto urbano

Siempre deseé tener un huerto, así que cuando el ayuntamiento puso unas parcelas en las afueras no me lo pensé dos veces y me apunté.

Es pequeño, de cinco por dos metros; en total hay sesenta repartidos en tres filas. El mío es el último de la del medio.

La mañana siguiente a que me lo adjudicaran desbrocé y comencé a mover la tierra. En eso estaba cuando la azada chocó con lo que creí era una piedra. Enseguida me di cuenta de que había algo raro; era muy redonda y lisa. Al descubrirla del todo me quedé abrumado: ¡un cráneo! Aunque no parecía humano. Estrecho en la parte inferior y ancho en la superior con un valle en medio; tenía forma de corazón. Las cuencas de los ojos y la abertura de la boca sí eran normales —o eso pensé yo, que no soy un experto en osamentas— pero la nariz tenía tres agujeros.

Lo solté como si quemara y llamé al 112. En diez minutos llegaron dos coches de policía y una furgoneta blanca sin distintivos. Se acercó a mí un agente, quien me comunicó que no podía permanecer ahí.

Mientras me alejaba miré hacia atrás. Pude ver a varias personas con trajes blancos colocando una carpa, y al policía de antes haciéndome gestos para que siguiera andando. Observé los alrededores pero no vi a nadie más.

Volví a última hora de la tarde y no había rastro de lo que había pasado esa mañana. Nada. Ni carpa, ni policía, ni huesos. Me fui a casa sin saber qué pensar.

Apenas dormí esa noche. Estaba muy confuso, todo había sido tan raro. O no. Tal vez esa era su forma de trabajar, siempre así de rápido. Al fin y al cabo, ¿qué sabía yo?

Después de desayunar di un paseo hasta la comisaría. Les comenté lo ocurrido y que me gustaría saber qué había encontrado pero no tenían constancia sobre aquello. Llamé al 112 y me contestaron lo mismo. Pregunté por los alrededores del huerto, nadie había visto nada. Hablé con una amiga periodista, una semana después me llamó; no había encontrado ninguna noticia sobre eso.

Me dije a mí mismo que lo habría imaginado, o soñado. No estaba muy convencido pero tampoco sabía qué hacer. Continué labrando mi pequeña huerta y a día de hoy estoy muy orgulloso de mi trabajo. Han pasado cinco años y temporada tras temporada me salen las hortalizas más grandes y brillantes.

Los demás me preguntan qué le echo a la tierra; les digo la verdad, que el mismo abono que ellos, aunque sospecho que no me creen. Y eso que no saben de las alubias duras y brillantes que crecen dentro de las judías. Llevé una a un joyero, pero no supo decirme qué es; luego a un geólogo y tampoco. Las voy guardando en una caja debajo de mi cama, ya veré qué hago con ellas. 

 

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2 respuestas a “Huerto urbano”

  1. saldrá una mata gigante de judías y veras la que armas

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    1. Menestra para todo el pueblo, je , je.

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