Anochecen tulipanes en tus ojos.
Lo que más duele es la verdad cuarto menguante,
descubrir que no eres ni la mitad luz ceniza que prometes.
Otro claro de luna, un cuerpo más sin órbita.
No te atrevas a contarles
que decidí nunca volver a donde ya no somos,
que no decidí estar en donde nunca fuimos.
Tú fuiste quien sentenció mi condición ausente.
Tantos años invitándome a beber de la ofrenda que corre por tus palmas
para dejarme con sed sin garantía.
¿Entiendes ya la resistencia?
Ahora los recuerdos se escaman letras
de las palabras nunca sucedidas.
Media botella de filosofía desordenada y siete décimos de vino.
Café sorbiendo almas que ya no son las nuestras.
El recelo inexplicable de todos los lugares en los que jamás quise estar.
Tantas entre líneas en todo lo que no dijimos,
tanta poesía incidental,
tanta pólvora esperándonos.
Y el dictamen que concluye lo que no puede empezar:
«Espero haber sido tremendamente claro,
el juego se acabó».
¿Qué no entendiste?
De jugar, nunca se trató.
Y espero ser tremendamente clara,
si se trata de jugar,
yo no juego a perseguir.
Pero si se trata de ganar,
que no se te olviden,
las contadas noches en las que icé mi recuerdo
para abanderar tu insomnio
y las otras tantas veces que le robé mi nombre
a tu boca caprichosa.
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