No entiendo,
no entiendo de sospechas,
ni de indicios ni de contraseñas,
los signos son ilegibles,
la musas huyen despavoridas,
y el vacío me acompaña,
siempre con la misma señal ignota,
siempre con la misma treta.
No entiendo,
tu verdad, aquellas palabras,
la razón de tu mirada,
el odio y la espuma,
los pasos quebrados del alma
y la libertad, ¡ay, libertad mancillada!
Y sigo sin entender,
tu rastro, tus huellas,
el ribete de tu pisada,
ni el rumbo, ni la deriva,
ni el horizonte que me habla,
ni la rabia que se enroca,
ni las manos manchadas,
ni la paz en cuclillas,
ni la mentira en la espalda.
No entiendo, no entiendo nada,
ni la señales, ni las plegarias,
ni la locura de quererte,
ni la muestra que te guardas,
ni la ilusión compartida,
ni el signo de tu llegada.
Yo no entiendo de síntomas,
ni de cicatrices, ni de marcas,
ni de guiños, ni de suerte
ni de fuego, ni de magia,
pues solo me guían tus besos
hacia el regazo que me guarda,
hacia el baúl de mis recuerdos,
hacia la señal más recordada.
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