(Re)escribiendo al macho

Un ave negra sobrevuela la plaza, como un ominoso presentimiento. Las nubes oscuras velan un interrogatorio inquisidor.

Allá abajo está el macho del barrio. Tirado en un rincón de la plaza, borracho de vino. Lo bastante como para no tenerse en pie, aunque no demasiado. Está justo a punto para taladrarle la cabeza a preguntas insidiosas, para tirarle de la lengua y, si tiene que sufrir para responder, que sufra. Para algo es macho y aguanta. Como él se jacta, el más macho de todo el barrio.

¿Qué tan feliz se siente serlo? ¿Existe esa palabra: feliz? ¿Se usa?

¿A qué precio?

¿A cuántas hembras usaste y lastimaste? ¿Lo pensaste? ¿Te cuidaste?

¿Qué hay de aquella a la que le hiciste una criatura? Después desapareciste. ¿Te hiciste cargo?

Qué poco lo tuyo. Qué poca cosa. Solo veo una cosa tirada ahí en el suelo, nada más.

Y yo sé lo que te pasa.

Te fuiste de tu casa, huyendo de la hembra que te parió. Nunca te entendiste con eso. Nunca lo enfrentaste.

Como tampoco encaraste en serio a ninguna hembra que se te cruzó.

Esas hembras que tantas veces llamaste «putas» te llenan de miedo, porque te da miedo que no te tengan miedo.

¿Y qué hay de esos «diferentes»? No, no mires para otro lado. Es de ellos que te estoy hablando, sí, de «esos raritos».

Esos «diferentes» a los que escupiste por «afeminados» te dan envidia. Porque aunque parezca mentira, son más valientes y sí se animan a mostrar lo que sienten.

Y te creíste que lo tuyo es «normal». Ya basta, macho. Es demasiado.

Yo ya sé que te gustan las hembras. Y eso sí que es natural. Pero…

¿No se te da por pensar que ellas también tienen derecho a que les gusten los machos?

La razón es muy simple. Si los machos eligen, las hembras también. Con el mismo derecho.

¿No se te ocurrió pensar que macho y hembra se necesitan?

Como cara y cruz. Como yin y yang. Como alfa y omega. Como día y noche.

Como vida y muerte.

¿Vas a pasar toda tu vida huyendo de la(s) hembra(s)?

Vas a tener que enfrentarla(s). Tu hora de la verdad.

Es muy posible que tarde o temprano tengas una hembra bajo tu mismo techo. Los dos van a tener qué hacer.

No vas a dejar de ser macho por lavar platos. Ni por sazonar una comida. Ni por cambiar los pañales de tu(s) criatura(s).

Ya basta, macho. Es hora de que a la hembra la trates como a ella le gusta: mujer.

Ya es hora de que madures, macho. De que te conviertas en hombre.

Cursum perficio por la irlandesa Enya (1988). Una ominosa frase en latín («tu viaje termina aquí») que más bien parece el epitafio de un condenado.

5 respuestas a “(Re)escribiendo al macho”

  1. La sociedad tiene que madurar, junto con cada uno de sus integrantes. Me gustó, lindo texto para poner el tema sobre la mesa.

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    1. Gracias, Mai, por acercarte a esta página. No me inspiré para «escribir un cuento» ni nada de eso, esto es más bien como una respuesta a tantas noticias nefastas que siguen llegando. A mí me parece mentira que todavía hoy sea necesario publicar algo así como llamado de atención…

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  2. […] Publicado en febrero de este año en Letras & Poesía. […]

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  3. Qué bueno cómo pones en el foco de una manera poética una realidad social muy nefasta que debemos cambiar entre todos!

    Me gustó mucho!

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