Mis letras no son mudas

Tengo serios problemas para expresarme con fluidez,
a veces incluso ni lo intento.

Es que no le veo importancia a hablar si lo que sale de mi boca solo es interesante para mí y nadie más.

Será por eso que encontré en la escritura la manera de poder comunicarme con ese mundo externo en el que parecemos estar obligados a convivir.

Y no odio a la gente aunque a veces ni la soporte, pero sé que también pasa al revés, que muchas veces es la propia vida la que no quiere saber de mí.

Soy un antisocial en una sociedad que te juzga, precisamente, por ser distinto. Será por eso que me he cuestionado varias veces si es normal que no hable mucho como el resto.

Supongo que el ser así comenzó desde chico, cuando por entrar al jardín de infantes me obligaron a cortarme el cabello, pero a diferencia de Sansón no perdí mi fuerza sino la confianza en mí.

Y ese miedo se vio alimentado cuando un bravucón, al que hoy compadezco, me repetía a diario que él sí era fuerte y yo simplemente un capricho de su inseguridad.

Tal vez por eso durante los años siguientes en la escuela traté de pasar desapercibido, buscando que no me hicieran daño pero tampoco haciéndolo a alguien más. Creo que escogí bien.

Y es que desde el colegio crecemos con la estúpida idea de que los ‘populares’ se comerán este mundo porque a ellos todos los ‘aman’.

Que a los bravucones se le hará más sencillo ir por la vida lidiando con los problemas porque su ‘fuerte’ coraza los blindará de todo.

Y el ‘galán’ conquistará a su reina, formará una familia dentro de su castillo imaginario y no afrontará nunca ninguna necesidad.

Mis letras ya no son mudas y lo digo sin temor:
¡Cuántas mentiras en tan pocos años!
¡Cuánto daño en tan poca vida!