Frente a frente con el mar de espaldas, y el aire en pausa,
mirándolo a esos ojos de espejo donde siempre quise mirarme,
y aceptar que me he mirado a medias toda la vida.
Lado a lado, porque el vacío de mi colchón siempre tuvo su
silueta esperando,
como si mirar hacia su lado y verlo dormir,
de repente pagase todas mis deudas con el mundo.
Arriba y abajo, con el universo de cabeza que
ahora tiene sentido,
descubriendo que cada lunar de su espalda es un planeta,
que debe ser explorado con café y a mordiscos.
Al centro y adentro,
como si el pecho no se hubiese dado cuenta que era gigante,
y ya no tiene miedo de los rincones vacíos,
que ahora no son más que fantasmas.
Como si mi espacio hubiese sido desde antes su lugar,
que donde empieza su techo termina el mío, donde la piel aprendió a erizarse de verdad, y después de tantos besos, hubiésemos inventado el sabor a cielo.
Sí, si me preguntan a qué sabe el cielo, les diría que sabe a nosotros.
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