Durante un tiempo
-¡qué pequeña era!-
me creí la princesa de labios de fresa
encerrada en mi torre recubierta de hiedra
y me afanaba vigilando colinas y quebradas,
buscando al caballero sobre el blanco corcel
que trepara la piedra y liberara mi frente sin corona.
Tan pendiente estuve del exterior,
que no presté atención a la escoba del rincón
o al gato que me acompañaba.
Y es que ahora que tengo espejo y me he visto
-¡por fin!-
me he dado cuenta de lo que soy,
¡la bruja del cuento!
Así que cojo la escoba y me monto en ella,
y salgo volando.
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