Enfrente de tus ojos están unos que con admiración te miran
y yo,
a unos cuantas horas y años de más de tu corazón,
declaro mi salón en ruinas.
Me alegra
que te quieran
porque me hace comprender
cómo eres: no terrenal, por suerte
pero entiende
que si no tengo pa´ ofrecerte
más que un puñadito de amor
yo me siento desnuda
y me corta el aire
la idea de que así
quieras ver a esas pestañas
que no son las mías
esto va más allá de los celos;
de hecho, no tiene nada que ver
porque tengo alas
y amenazo con usarlas
y, si me apuras,
con prestártelas
tiene que ver con el oxígeno
del que antes hablaba
porque nunca antes respiré:
¡tú me has enseñado!
y me asusta
que, ahora,
siquiera te plantees
que continúe sola
yo que no sé
cómo funcionan los ruedines
tu boca y la mía
siempre bailan un vals
con sabor a canela.
«No me sueltes el labio”, -me dices
“No tengo intenciones”, -te verso.
y, de pronto,
adivino lo que es
sentarnos en luna menguante
y cantar
que esta forma de amarnos
abruma a las estrellas
y por eso nos lo han prohibido
porque estamos en época de censura
y tú y yo somos hijos de la comodidad
que le supone a la almohada
tenernos durmiendo cerca,
porque no sabe si soñamos vivos
o si estamos viviendo un sueño.
Yo lo único que sé
es que a las seis tienes una cita
y en mi casa el invierno
llama la puerta
porque las ganas de irte
gritan suavemente a tus oídos
y si me dices que ya te has ido
lo permitiré,
obviamente lo permitiré,
mas también lloraré
porque no es justo
que se me autorice a disfrutar
de esta dulce sensación
sólo durante dos horas
y unos cuantos años.
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