Las palabras son del mar que se ensancha.
De las piedras lustradas en la orilla;
de los cangrejos acurrucados en el coral;
de los relámpagos de espuma en la arena;
de mis ojos que buscan sin tregua
y de su búsqueda que termina en vos.
Y que antes de terminar, empezó en tu risa.
Como la marea cíclica de la bahía,
que siempre muere en el lugar donde nace.
En el lugar de los cangrejos.
Ellos, que también buscan un refugio.
Un caracol abandonado, una roca pulida,
Un rincón sólido que soporte la vida
como el rincón de tu pecho para mis versos.
Como un cangrejo,
mis manos se endurecen y se arraigan.
A la porción limpia de arcilla
que se parece a tus caderas.
¡Ay compañera radiante, mujer océano!
En tus abrazos que impactan como olas,
mi cuerpo se achica volviéndose rojo
como la sangre que ahoga mis venas.
El sol del ocaso nunca silba en solitario,
como los cangrejos, que mueren juntos.
¿Cuál será niña, el magnetismo rojo
que une el destino del cangrejo y la playa?
La sal intenta sin éxito, cocer sus corazas;
Sin éxito intenta, alcanzar nuestros pechos.
Tan roja la noche, tan salada la bahía,
vení compañera, a escuchar los cangrejos.
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