Le extrañaba el silencio que gastaba la tarde,
como un presagio incierto de rayos y aquilones.
Una brisa de muerte inundaba el espacio
en un tronar de motores que venía de lejos.
El miedo inyectaba los ojos en sangre,
los niños miraban con luz interrogante,
la muerte esperaba abriendo su capa
y blandiendo el filo de su sangrienta guadaña.
Se produjo un ocaso de blancos fogonazos,
bajo un sol mortecino
y muertes de habitantes,
y sangre, y más sangre.
Y muros derruidos y casas derribadas,
y escombros,
y gritos,
y más sangre.
El miedo inyectaba los ojos en sangre.
La rabia expulsaba torrentes de lágrimas.
Cesaron los motores
y las vidas segadas,
y un éxodo humano
comenzó una caravana
de desgarradas almas.
Sensacional, sin olvidar la gravedad de las situaciones a las que creo alude. Un saludo.
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