Mi cuerpo, traslúcido y frágil,
quiere refugiarse en tus curvas.
Curvas elípticas, curvas infinitas,
como un caracol cíclicamente eterno.
Imaginame pequeño, invadiendo
los recovecos de tu calcáreo ser,
mientras mis manos, con esfuerzo,
alcanzan el pináculo de tu figura.
Y vos mujer, tan rígida y firme;
tan perpetua, nítida y brillante.
El reflejo del mar te acaricia
adornando tus pómulos claros.
Y yo imperceptible, ínfimo;
voy sereno por aquel espiral,
que empieza en tu sonrisa
y muere en tu pelo azabache.
Hembra coraza, mujer guardiana,
abre tus grandes brazos invisibles;
para que mi espíritu indómito
se refugie en tu paz inquebrantable.
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