El firmamento se desploma celeste
sobre el lomo rígido, de esqueleto hueco del Ñanco;
y desde la tierra, su vientre de marfil se evapora
en las nubes estáticas, en lo claro e impoluto del cerro.
El sendero serpentea bajo mis pies,
adentrándose en las entrañas de cuarzo;
hurgando de manera constante y agotadora
en el núcleo indómito de las sierras pampeanas.
Cuando alzo la vista y encuentro en el camino
aquella ave implacable, sedienta de viento y hueso;
observo casi atónito, cómo el aire acaricia sus plumas
y en la altura eterna, no las despeina.
¿Será cierto aquel murmullo, por poco prehistórico,
sobre el augurio color blanco o ceniza, de su vuelo?
La ruta se vuelve infinita delante de mis ojos,
pero ahí solo está el ave. Y junto a ella, estoy yo.
Difícilmente podré, fundirme en el cielo o en ella;
difícilmente mis pies duros, den a luz una danza igual.
Como una lanza, el aguilucho perfora el horizonte
dejando una estela de incertidumbre en mí.
Maravilloso, haces que uno sienta el viento, el cielo, la eternidad en el vuelo del ave. Un abrazo.
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Muchísimas gracias por tus palabras!
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Sublime, como siempre. Eres uno de nuestros Poetas que más me gustan.
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Qué bellas palabras Henri! Te agradezco mucho!
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