Un día coges un avión y apareces en un país extranjero. Tal vez no sabes el idioma, no conoces las calles y te encuentras desorientado. En medio de la desorientación tu mente comienza a establecer relaciones. Al principio, las acciones más concretas cobran importancia: el entorno inmediato, las personas más cercanas, la ropa que vistes, el suelo que pisas… Según aumentan tus percepciones y las vas organizando en tu mente, la nueva realidad en la que te encuentras empieza a tener significado y coherencia. Cuando llevas unos días residiendo en el país extranjero has conseguido desenvolverte y organizar tus actividades: tu mente ha establecido una red de relaciones que permiten orientarte en un entorno que antes era desconocido. Esto es lo que hace la filosofía, desarrollar una organización abstracta y general en las sociedades humanas. Las ciencias, los conocimientos y las actividades permiten establecer parámetros, pero son acotaciones particulares reducidas a determinados contextos y circunstancias; es necesaria una organización, más o menos amplia, que posibilite una orientación en el mundo para dotarlo de significado y coherencia. Incluso la consideración del mundo como absurdo o vacío de sentido es un pensamiento elaborado y complejo: filosófico. Todo el mundo tiene una filosofía, no importa si es propia o adquirida. La ropa que vistes no ha sido diseñada y confeccionada por ti, probablemente, ha sido elaborada por otros; eso no quiere decir que no sea tu propia ropa. El pensamiento es consustancial a todo ser humano, de ahí que la filosofía sea ineludible; está presente en nuestra vida, cubriéndonos y dotándonos de orientación, así como nos cubren y determinan nuestros atuendos o el entorno.
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