Aún tenía el puñal,
a medio hundir,
en la última caída.
El mango orientado a tu mano,
y tu mano
endurecidamente vacía.
El piso lejos,
y nosotros suspendidos.
En un estuche metálico
que colgaba de un cordel,
como una presa arácnida.
En un ataúd plateado juntos,
pero aislados.
Como día y noche;
como agua y fuego;
como araña y mosca;
como araña y cuervo;
como vida y muerte;
como vos y yo.
Nueve veces
la sombra devoró la luz,
en franjas horizontales,
como una cebra
que piafa desafiante.
Nueve veces me miraste,
y lo omití.
La última caída,
la que daña sin impacto,
siempre es la más lenta,
la más dolorosa.

Hermoso manejo de la escena y del tiempo, para ese momento de vacío que parece no terminar. ¡Me encantó!
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Muchísimas gracias Mai! Que palabras tan lindas
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