Lágrimas de sal hacen mi herida vulnerable
a los intentos de tu alma de hacer sangrar
los desaires de este dolor insoportable
al que rutina coincidimos en llamar.
Ridículo pijama en un sofá sin alegría,
horas muertas duermen al televisor,
en mis ojos libertad solo cuando dormía;
suena un timbre, ruido en el recibidor.
Furtivas sombras se detienen en la esquina,
en el rincón donde solíamos beber
los besos que en tu fuego me dominan
y no quise nunca dejarte a deber,
aquel día en que tú fuiste mi menina…
Y yo el pintor sobre el que hiciste amanecer.
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