La eternidad no es más que una palabra, un sonido, una ilusión, un pensamiento: el ansia de un instante, de una vida, de un deseo.
¿Quién siente lo eterno en sus entrañas?, ¿quién lo piensa, lo cree, lo vive? Lo eterno es una obsesión por la inmortalidad como una metáfora corrompida del miedo al devenir. Si todo perece ni siquiera el movimiento es eterno puesto que se devora a sí mismo.
Pensemos en nuestro temor a ser devorados en el devenir turbulento, tengamos el valor de negar el tiempo como medida y abstracción y la eternidad como auxilio; ¿qué es lo que queda entonces?, un cementerio de mitos efímeros.



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