A la hora en que bailan los gatos,
colgado del brillo del flexo,
me dejo mecer por la calma,
y qué amable el silencio,
que vino sin avisar.
Y yo como un Ricardo,
poco león, corazón de neón,
rey en tiempos pasados,
de ciudades vívidas e inquietas,
alma de piedra, sentada en el balcón.
El feudo de farolas con morriña,
por canciones y gritos de euforia,
alumbra a los taxis que vuelven,
con miedo, llaves entre los dedos,
sin copiloto, hasta su casa.
Aguantándome la risa,
por no desvelar a los quietos,
veo al Goliat de cemento,
como un pulgarcito,
dormido en su flor.
Y será que calladita estás más guapa,
o que ponían en tu boca,
palabras que lavar con jabón,
pero asfalto mío, desde que callas,
suenas mejor que cualquier canción.
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