Cuando viniste a mi mente por primera vez, te llamabas Mariana, y le puse tu nombre a mi deseo de ser mamá.
Cuando me embaracé se me iluminó la vida y por un momento fuiste real, te llamabas Luciana, entonces llegó tu hermano y con él conocí el verdadero amor; ahora seguía soñándote, feliz de que también te esperaba un guardián que te amaría y cuidaría.
Un día te llamé Julieta, que significa «Fuerte» pero decidí que mejor serías Gabriela, porque significa «Mensajero de Dios» y estaba convencida de que así como las buenas noticias, podías llegar intempestivamente a cambiarme la vida, pero no.
Desde hace dos años te llamas Alejandra, que significa «La protectora», en honor a la gran poeta de apellido Pizarnik. De hecho, Alejandra Gabriela, en honor a La Mistral.
Tal vez llegó a mi mente ese nombre para comprender que ya te alejabas.
Tal vez, como un 29 de febrero, tu fecha de nacimiento se esconde y aparece por los giros caprichosos del planeta.
Tal vez nunca vayas a nacer de mí, porque mi vientre no es verdadera cuna para ti.
Tal vez solo estemos destinadas a ser amigas imaginarias.
Tal vez nunca seas fecundada, pero sí concebida desde mi deseo de jugar a las muñecas con una de verdad.
Tal vez, hija, eres mi sueño no cumplido pero nunca olvidado, mi asignatura pendiente que decido no completar, mi amor a larga distancia entre dimensiones paralelas, el otro extremo de mi hilo rojo.
Tal vez, Alejandra, has tenido muchos nombres y ninguna vida, pero en la única vida que he tenido te he amado muchas veces y en la próxima te llamaré por tu nombre para convertirte en realidad.
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