Tus piernas son infinitamente blancas,
como las trémulas ramas de los pinos en invierno.
La noche abre sus fauces negras y las nubes huyen
en bandadas violetas que vuelan juntas hacia el oeste.
Y te reís de pronto y todo se disipa.
Lo negro y violeta. Lo oscuro que abraza al viento.
Solo queda, de repente, tu risa y lo claro.
Tus piernas largas que no conocen el suelo.
Que no conocen tampoco, por desgracia,
el fuego de mis manos, el agua que brota de un beso.
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