Conocí a Luz del Carmen cuando ella me brindó refugio bajo su sombrilla colorida en una tarde lluviosa. Era un lunes y yo esperaba. Era enero y yo fumaba. La biblioteca abría a eso de las dos y el frío era común bajo el paraguas. “M’ijo, ¿le vendo un tinto?”, me preguntó al ver un cigarrillo ladeándose con desespero sobre mis labios. “Bueno… sí, uno oscurito”, le respondí con la timidez que siempre genera en mí todo diálogo repentino.
Mientras del termo blanco emergía la brumosa sustancia, pude observar lo que parecía un libro junto a dos cajetillas de cigarrillos. De corrido se leía: Veinte poemas de amor y una canción desesperada Marlboro Lucky Strike. Me llamó la atención el contraste de la escena, era como si cada poema fuera un cigarro a la espera de ser fumado. Me imaginé allí, pagando quinientos pesos por el poema veinte, acercando el fuego para quemar el primer verso que se extendía en la punta del otro extremo e inhalando las palabras que se impregnaban a mi cuerpo para luego salir y ser solo humo. “Puedo escribir los versos más tristes esta noche”, pensé, mientras Luz del Carmen extendía el tinto sobre una mesa improvisada al tiempo que me regalaba una sonrisa tierna que invadía su piel manchada.
Cada vez que iba a la biblioteca me acercaba al puesto de Luz del Carmen. Cuando no tenía cigarros, le pedía un peche. Cuando tenía frío, le pedía un tinto. Con los días noté que el espacio en el que vi por primera vez el libro de Neruda se había convertido en un pequeño librero. Los títulos que convivían junto a las cajetillas se esfumaban. La Odisea Marlboro Lucky Strike se leía un día, Del amor y otros demonios Marlboro Lucky Strike se leía al otro. Con los días también se había esfumado la timidez abrumadora con la que me expresé al tomar su primer tinto: a veces le pedía fiado más de una cosa y otras veces solo nos sentábamos y nos contábamos historias.
Una tarde le pregunté por los libros junto a los cigarros que tanto me intrigaban. “Pues muchacho –me dijo– aquí uno pasa todo el día y cuando no se está vendiendo algo ni charlando con los clientes se está solo, mirando el piso, perdiendo el tiempo y soportando el frío. Yo que llevo tanto tiempo trabajando aquí frente a la biblioteca, un día se me dio por sacar el carnet y subir a mirar los libros. Eran un montononón y yo no sabía cuál coger. Menos mal que una señorita de las que trabajan allá me vio como perdida y por ahí, después de dar vueltas, me recomendó unos cuentos. Yo me los leí ligerito y al otro día me puse a buscar otros”. Tras oírla, nos quedamos un buen rato hablando sobre libros. Ella me regaló un café y yo le recomendé un libro tras regalarle una sonrisa.
Ya era octubre y yo salía de la biblioteca cuando Luz del Carmen desde su puesto me gritó: “¡Muchacho, muchacho, ya me leí el librito del que hablamos el otro día!”. “¿Si le gustó?” –me apresuré a decirle – “¡Muy bonito, sí, me gustó!”, contestó. Me acerqué hasta donde ella estaba y, con la misma emotividad con la que me contaba sus historias, recreó las escenas más memorables de Diario de una escritora. Tras vender un par de cigarrillos, sacó repentinamente un pequeño cuaderno púrpura en el que solía mantener las cuentas. Anotó un par de deudas y, tras pasar algunas hojas, dejó el cuadernillo sobre la mesa en la que solía dejar los tintos. Luego de que un mechero dejara un sonido seco bajo el paraguas colorido, Luz del Carmen señaló las pequeñas hojas del cuaderno, diciendo: “Yo a veces escribo también cositas. Por aquí hay unas cancioncitas que me salen de vez en cuando y por aquí escribo pensamientos y sueños que tiene uno”.
Mañana, Luz del Carmen despertará temprano y se pondrá a preparar el tinto, organizará su puesto de trabajo y guardará un libro junto a las cajetillas de Marlboro y Lucky Strike. Recorrerá las calles hasta acomodarse frente a la biblioteca y allí venderá lo suyo. Soportará el frío, soportará el tedio y, en medio las lluvias torrenciales y los domingos sin sol, se abrigará con las palabras. Sacará su libro, se servirá un café y soñará con las historias que se van fundiendo con el humo, el sonido seco del mechero y el barullo que dejamos aquellos que vivimos entre calles.
Juan D. Molina R.
@un_tal_peter_
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