¿Cómo puedo no vibrar ante el milagro perpetuo? Veo, palpo, amo; luego no existe derecho al desprecio. Caminamos y podemos sentir la ráfaga de la realidad que no cesa, extendiendo una paz inmutable con violencias siempre nuevas, siempre hermosas. Y también sobre nuestros labios, brazos y rostros descendió el don de ejercer aquella violencia, de invadir conciencias quizá sembrando amor, gobernados por el espíritu.
La desesperación es soledad; ojos que ya no absorben; cuerpos insensibles, como rocas, olvidados. Emerjamos a la verdadera vigilia, total, donde el hechizo es más intenso que en los sueños, donde el miedo no se niega y es vencido.

Fernando Benito F. de la Cigoña
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