Ya no cuento el tiempo,
ya no espero que avance,
algo de mí no pertenece aquí,
sino a ti, que eras yo.
Y yo, inmutable, ya no advierto los destrozos,
solo espero en el exilio
escuchar del viento los aullidos
en su éxodo invisible
y no se encuentre en mis harapos,
de sus sueños desterrados,
la canción que ya no suena
en mi radiocassette oxidado.
Y yo ya no domino mis pasos,
ni auguro días mejores.
Todo son iguales entre sí,
todos me cobijan en su sombra,
todos acribillan con su monotonía
todos me aburren… todo me aburre.
Soy un ser exánime,
me consumo en la costumbre
y caen al suelo hechos jirones
los pecados de un pasado
excomulgado de añoranza,
pero los recuerdos permanecen imborrables
y me aferro desangrado a sus alambres,
ignorante de los cambios
que me aguardan y rodean,
que me arrastran inmutable
a un destierro del que no podré sobrevivir.
Es cierto que estoy suspendido,
que a razón de azar he dejado de contar,
que envejezco sin consentirlo,
que preferiría seguir clavado al altar,
pero los instantes me arrastran
adelante en lugar de atrás,
y me estoy hundiendo, no consigo respirar.
Caen al suelo los presentes de mi árbol,
las sagradas golondrinas que marcharon
el invierno de unos seis años atrás.
Todavía no supero la inclemencia
de un tormento que en el tiempo permanece
y aterrado por los cambios
no permite mi avanzar.
El frío me petrifica,
me aturde en su veneno,
deshilvana los retazos de mi vida,
incinera las costumbres adquiridas,
me remonta a ese pasado ajeno,
escupe en mi memoria algún lugar.
Y vuelvo al tiempo eternidad
y me acurruco cabizbajo entre las sombras,
queriendo volver a mi ansia jovial,
evitando las cadenas de la decrepitud,
único destino en que espera mi ataúd.

Enrique Morte
@enrique.morte_poesia
Leer sus escritos

Carolina Palacio Ramírez
@carolinapalacioramirez
Leer sus escritos
Deja una respuesta