Presos de pensamientos que nos rompen, presos de recuerdos que se escapan de la mente y se vuelven nítidos como este cielo de abril; tan sumamente nítidos que revive en ti esos olores y esas sensaciones, esas que te traspasaban la piel.
Presos de viejas anécdotas con las que solíamos convivir, cada vez que eran repetidas parecían hazañas. Nuestras hazañas.
Presos de viejos sueños que ahora parecen absurdos pero que en su momento estaban allí, esperándonos.
Presos de nosotros mismos, incansables combatientes que se enfrentan todos los días a la vida que, caprichosa como ella sola, nos hace temblar en medio de huracanes para luego sumirnos en esa neblina incierta.
Presos de estas ganas de respirar que, de repente, se enfrentan a ti para preguntarte a dónde vas, qué es lo que estás haciendo y hasta dónde quieres llegar.
Presos de escritos que se acumulan en cajones, deseosos de salir pero temerosos de enfrentarse a ojos curiosos y a corazones fríos que no los puedan (quieran) sentir.
Presos de esta sociedad que logra ahogarnos incluso mientras estamos soñando.
Presos del tiempo que nos resbala entre los dedos, presos de los años que nos consumen.
Presos del qué dirán, del qué pensarán.
Presos de besos robados y de sueños inacabados.
Presos, somos solo presos.
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