Qué más da cuántos pasos en vano dieron mis pies en el pasado, cuando iba en esa dirección que todos indicaban como la apropiada; hoy se ha manifestado ante mí como una calle sin salida.
Qué más da cuántos domingos en blanco haya pasado rozando hojas de cuadernos ajenos, hoy son los mismos que observo con una indiferencia asombrosa para alguien que es incapaz de olvidar los detalles más ínfimos del paisaje más insustancial.
Supongo que no soy más que otra persona que se pierde en un mundo demasiado complejo para quien vislumbra lo extraordinario incluso en el rasgo más simple. Supongo que siempre es más fácil vivir en una zona de confort presidida por la ilusoria idea de que la facilidad es felicidad.
Revivo cada uno de esos pensamientos que me hacen más sagaz y a la vez más estúpida, supongo que así es más fácil camuflarse en esta sociedad que solo busca satisfacer a las mentes más simples sin percatarse de que la rebeldía nace en el seno de la sumisión.
No hace tanto que escribía frases a medias en paredes a la vista del público más insignificante, el mismo que se reía a escondidas a causa del odio que les removía al no comprender que las palabras se deben respirar antes de pronunciar.
No puedo negar que me gusta jugar con este nuevo mundo que solo los más hábiles logran intuir, esos pocos que nos empapamos de letras ajenas y profundizamos en cada coma, los mismos que avanzamos transcribiendo errores y repasando cicatrices.
Y ya ves, ha pasado el tiempo y con él han pasado los escalofríos que me recorrían el cuerpo; los espasmos que me sacudían el corazón y los temblores que desfallecían mis piernas.
Y ya ves, el presente prevalece sobre un pasado que se desvanece en torno a estas palabras que me hacen más sabia y a la vez más insensata.




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