Un día desperté (a mi juicio valientemente inteligente) y juré que detrás de los escudos viviría mejor. Ahí donde nada me tocaría y hasta la lluvia pediría permiso para mojarme.
Es que estaba asqueada de creerme una especie de Rey Midas de las penas, todo lo
que tocaba, se convertía en herida.
Entonces preferí guardar todo lo que sentía y lo que no, todo lo que dolía y lo
que no.
Y un día, sin aviso, despacio, él.
Y verlo fue sonreírle a lo inevitable, quitarme un peso de los pies y no de
encima, fue echar a correr directo a su pecho porque sus abrazos eran mil
respiros de aire puro.
Verlo fue meditarme mil noches al espejo para creerme merecedora de la
felicidad por cuota de dolor cumplido y no por tenerlo conmigo.
Verlo fue empezar a leer un libro por el final.
Si… una puta locura que tenía sabor a paz.
Verme como él me vio fue quitarme las predisposiciones a romper lo que se
quiere quedar conmigo, fue evitar patear lo que había construido con paciencia
de artesano.
Sí… Es que él vio en mí lo que siempre quise esconder.
Es que quise verte volver, hasta que fui yo la que se quiso ir.
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