Colocas tus manos en marcha,
acaricias el lado oeste de mis mejillas,
tropiezas con el relieve de mis pupilas
y aparcas lejos del olvido.
Si son tus manos autos de carrera,
serían tus pies camino y competencia,
trofeo que no es de oro pero vale,
un cheque sin fondos que llena el alma
y una aguja con la que remiendo mi corazón.
Pones tus palabras en marcha,
las estimulas con un beso,
cruzas la avenida y me abrazas;
si son tus palabras medicina,
bebería tu voz cada primavera
mientras crecen flores en tu cabello trenzado
y me sumerges en el océano de tus costillas.
[Somos eso:
un par de luces que brillan como faroles de
navidad
o diamantes en una joyería apagada.]
Te escucho tocar la guitarra,
mis mejillas se sonrojan
y tus pies descienden como hojas en otoño.
Mis palabras estallan,
una por una,
pronunciando tu nombre,
tus películas favoritas
y el centenar de abejas que posan en tu trenza
no nos abruman ni detienen:
nos miramos,
ignorando que hay algo más fuera de nosotros,
nos miramos y el tiempo se detiene.
El tiempo se detiene
y tú no regresas.



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