En los libros de poesía,
que adornan los blancos anaqueles
de las bibliotecas del tiempo,
nadie nunca leyó sobre tuátaras;
sobre el momento en el que el sol
hecho incendio y moneda
ingresa con parsimonia al océano,
y este lo traga como un alcancía
infinitamente líquida.
En los libros de poesía,
que adornan los estantes grises
de las bibliotecas de mis entrañas,
solo veo textos agarrotados como espinas
en alguno de aquellos sauros.
Estos libros solo hablan de tus ojos
temblando aquella tarde, al mirarme.



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