Durante la pasada primavera, asistí a una conferencia que me emocionó profundamente. Ignacio Martínez Mendizábal, investigador en el yacimiento de Atapuerca, paleontólogo y antropólogo, intentó abordar el origen de la palabra. Digo intentó porque desgraciadamente las palabras no fosilizan y el origen del habla sigue siendo un misterio para la especie humana. Eso sí, tras el coloquio, tenía clara la labor de la paleontología “buscar los recuerdos del planeta”. Esta definición tan romántica la convierte aparentemente en inverosímil, pero nada más lejos de la realidad. La paleontología habla -y mucho- del amor, al demostrarnos cómo nos queremos tanto en vida que lo trasladamos a los muertos.
En 2001, Ana Gracia Téllez, doctora en Biología, descubrió en la Sima de los Huesos (yacimiento de Atapuerca, Burgos) el cráneo 14. Este descubrimiento no solo confirmaba las teorías darwinianas que concluían que una especie como la humana, frágil y vulnerable, había llegado a dominar el mundo gracias a la tecnología y a la capacidad de trabajar colaborativamente, sino que introducía en el planeta la mayor fantasía para todos los soñadores del mundo: el amor.
El cráneo 14 pertenecía a “la más querida”, Benjamina, una niña que falleció a los 10 años de edad debido a una craneosinostosis, una enfermedad invalidante que desde que naciera le provocó notables deformidades en la cabeza y afectaciones psicomotoras. Benjamina nos enseña que hace más de 500.000 años alguien (y seguramente más de uno) la quería tan incondicionalmente como para ayudarla a sobrevivir hasta que su cuerpecito no aguantó más.
En el mundo animal la cooperación puede ser clave en la selección natural, y aunque puedan existir ciertas conductas aparentemente altruistas, el amor es un comportamiento penalizado por la selección natural y por lo tanto, el paso del cariño al amor es un salto revolucionario de la naturaleza bruta a la naturaleza racional. El amor requiere la presencia de una mente lo suficientemente desarrollada para grabarse en el cerebro.
Algunos amores duran, otros no, pero el amor incondicional, sin objeto ni beneficio, es una cualidad humana, un sentimiento propio de vivo afecto, una fuerza que nos impulsa a hacer el bien y que gracias a Benjamina, sabemos que nos acompaña desde nuestros orígenes humanos.

Aránzazu García-Quijada G.
@ari.gqg
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