Un chofer propio

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Jamás he comprendido a las personas que no corren tras el camión. Esa tranquilidad con la que se mueven hacia el paradigma de los choferes públicos. Esa paz, esas ganas de alcanzarlo todo con benevolencia, con habilidad, como si el chofer existiera únicamente para ellos. No comprendo a esas personas. Me parecen un misterio inexplicable. Deben tener todo el tiempo del mundo, me digo, y me pongo a correr.

Una señal no basta para que te den parada. Ni salir a tiempo, ni esperar a tiempo, ni enseñar las piernas a tiempo. Depender de los camioneros para llegar a gusto es emprender una lucha por la vida. La carrera de la existencia puede constar de diez, quince o veinticinco metros en línea recta, curva o inclinada. En la competencia por el pasaje, aquellos que caminan se convierten en un estorbo para el animal que corre.

Utilizar el transporte público es una condena para la prisa. Ayer te tomó media hora cruzar la ciudad; hoy te pasas las siete horas en la misma ruta. Por eso no entiendo a las personas que no corren tras el camión. Para ellos, me sigo diciendo, media hora no se diferencia de la hora. Un día, una noche, un mes o una semana no tienen un precio definido.

No correr es un lujo. Significa que tienes el tiempo y la tranquilidad que la mayoría no dispone. Te hace ver elegante pasear desde la parada hasta el camión. Te hace ver armonioso voltearte y regresar cuando te pasan de largo. Te hace ver clarividente no mentarles la madre. Te hace ver sosegado y apacible: un hombre templado, excelente cristiano.

Han sido pocas las veces que me he dado los aires de caminar hacia el camión. Cuando el autobús se detiene donde estoy es una gloria silenciosa. Puedo pretender que tengo ese sosiego y esa armonía que caracterizan a quienes caminan… La mayoría de las veces no es así. Lo común es que el chofer se detenga a veinte metros de distancia y que sus ojos reflejen desinterés. En esos momentos, cuando mi salario y mi reputación entran en juego, mi responsabilidad como ciudadana es echarme a correr. Correr esos quince o veinte metros sin detenerme, correrlos a contrarreloj y rezar por el rojo del semáforo. Cinco minutos más tarde significa un descuento intolerable. Es entonces, más que nunca, cuando la diferencia entre una hora y media hora se dibuja más clara que el sol.

Y en medio de mi lucha, recuerdo que si hubiera honrado a mis padres tendría un chofer que me llevara a todas partes.

Entonces sonrío y anudo mis zapatos.

Paulina Gamboa Tamayo
@paulina.gamboa99
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Publicado por Letras & Poesía

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3 comentarios sobre “Un chofer propio

  1. Nunca antes le había prestado atención a ese detalle. Ahora, cuando vaya a la ciudad, me imaginaré toda una historia como esta sobre las personas que corren para tomar el bus y sobre las que no.

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