Solemnidad en los museos

No tengo ni idea de cómo llevar este artículo sin que parezca que no siento ningún respeto por el arte, pero comentaré una desgracia que ocurrió el mes pasado cuando visité el Museo de Arte Contemporáneo de Guadalajara, en México. Debo decir que me presenté sin ninguna intención de descubrir algo interesante, y que esa mentalidad seguramente me predispuso a considerar todo muy digno de risa, lo cual fue más o menos el caso. Llegué sin haber investigado acerca de las obras, sin haberme informado sobre las exhibiciones y sin saber el nombre de los artistas responsables del circo. Bajo la convicción de que soy una persona floja para la cultura, me presenté con el propósito explícito de perder el tiempo para volver a casa.

Basada en opiniones personales y en comentarios que he llegado a escuchar por ahí (pueden estar tranquilos, realmente no estoy convencida de lo que pienso), entiendo que el arte contemporáneo no tiene ningún impacto por sí mismo: necesita palabras para poder explicarse o, más importante, para ser comprendido. Dicho esto, más allá de por qué no entendía nada de lo que mis ojos pudieran observar, podemos entender por qué me daba tanta risa lo que veía. 

El primer y único problema con el que me enfrenté fue la pereza. No estaba dispuesta a leer las infinidades de texto que se desplegaban sobre las paredes. Estaba tan decidida a realizar mi exploración sin ayuda de los textos que, bajo tal sesgo de omisión, pude ver espejos que reproducían cuadros que sólo hubieran tenido sentido en su duplicación; mantas de colores que colgaban desde el techo más alto de la sala; figuras de cerámica como galletas sacadas del horno antes de tiempo; y una habitación llena de arena con un cuadro terregoso deslizándose por la pared.

Sin el texto, todos esos paisajes significaban una cosa: unos cuadros colocados al lado de un espejo, unas mantas de colores que caían desde el techo, unas cerámicas a medio realizar, y un cuarto de arena con un proyector encendido. Fuera de esas pocas palabras que son más bien evidentes, mis impresiones no  llegaron a más. 

Pese a mi poca molestia por las palabras de los curadores, me decidí a recorrer cada pasillo de ese museo. Fui sala por sala riéndome porque los espejos eran más interesantes que los cuadros que completaban, porque he visto colores con mayor propósito en las paredes de los baños públicos, y porque conozco mejores macetas que las cerámicas aguadas del último callejón. Pero más que nada, iba sala por sala escoltándome en la risa que sentía por mi falta de solemnidad y por mi aparente desventaja ante los demás, pues todos parecían estar en la búsqueda de aquello que habían leído en la pared. 

Ahora entiendo que no estoy en contra de la solemnidad de lo incomprendido, sino de la pereza por la comprensión. No me gusta tener que leer mil párrafos para entender un jarrón diminuto o un cuadro con el marco al revés. De ahí que parezca necesario cerrar con una recomendación para el lector. A saber, si se sienten flojos, no vayan de paseo a un museo de arte contemporáneo.

paulina gamboa tamayo autora escritora

Paulina Gamboa Tamayo
@paulina.gamboa99
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3 respuestas a “Solemnidad en los museos”

  1. y, no sé, si antes el problema era terminar con el analfabetismo, hoy en día es tratar de corregir el bajo coeficiente intelectual del ser humano, lo cual es misión casi imposible por las tecnologías. soy de los que piensa que mientras más mejoras las tecnologías, más se embrutece al ser humano (y, peor, con su consentimiento y entretenimiento). lo del arte contemporáneo, bueno, vivimos en un tiempo de imágenes y no de símbolos, porque creemos, ingenuos, que las imágenes son menos misteriosas (más claras) y pagamos el precio (sin saber que lo estamos pagando con creces). además, lo del arte contemporáneo, acaso no será una afrenta, un chiste, una crítica sutil a la contemporaneidad: la imagen no puede/no debe darte todo el mensaje, NO es el todo, al símbolo (el lenguaje) todavía lo necesitas, así que no puedes, no querrás, no podrás deshacerte de él para darle sentido a tu pequeña vida. algo irónico y atrevido, acaso el arte contemporáneo lucha contra lo que quiere destruir al arte en sí: la imagen.

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  2. ¡Me encantó! Alguna vez leí que el arte no tiene que ser bonito, tiene que hacerte sentir… Soy un convencido que, encontramos arte no en la obra del artista, sino en la vida misma, así que, ¿Existirá mayor solemnidad que el goce de una risa? Yo creo que lo entendiste todo en esa tarde.

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  3. Me parece que ya somos más los que cada vez pensamos en que mucho de lo que se nos quiere hacer pasar por arte no pasa de tomadura de pelo. Me ha gustado la frescura y franqueza de tu artículo y, si tienes curiosidad, puedes ver o experimentado por mí hace muy pocas fechas en el Museo Guggenheim de Bilbao:
    https://lucernarios.net/2024/03/10/museo-guggenheim-de-bilbao/

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