―¿Me querrás cuando me vaya? ―preguntó Isabel.
―Por supuesto ―respondió Antonio.
―¿Me querrás cuando enferme? ―preguntó Isabel.
―Por supuesto ―respondió Antonio.
―¿Me querrás cuando ya no pueda recordarte? ―preguntó Isabel.
―Por supuesto ―respondió Antonio.
Antonio, de ochenta y cuatro años, se acercó a su mujer y le dio un beso en la frente. Habían hecho un pacto. Un pacto para toda la eternidad.
Carlos Grossocordón
carlosgrossocordon.com
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